Chorradas que valen la pena: el incendio de Windscale
Mientras leía el último número de Europhysics news me he topado con el documental Britain’s nuclear secrets: inside Sellafield. Dirigido por Tim Usborne y emitido en la BBC, el documental de una hora de duración ha recibido el premio de la Sociedad Europea de Física. Sellafield (o Windscale, como se conocía antiguamente) es una planta nuclear del Reino Unido situada en la costa oeste, cerca del mar de Irlanda, pero no es cualquier planta nuclear, y por eso el documental resulta tan interesante.
Sellafield es una de las plantas más grandes, relevantes y sofisticadas de U.K. Históricamente jugó un papel muy importante porque allí entró en funcionamiento la primera estación de energía nuclear comercial en el mundo: la Calder Hall (1956). Aunque la motivación de Gran Bretaña en esa altura era una muy diferente: no quedarse atrás en la carrera de armamento nuclear y construir la primera bomba atómica británica. Las pilas de combustible gastado de Windscale fueron esenciales para ello, y no dejan de asombrarme las dimensiones necesarias para cargar 70000 cilindros de uranio, de los cuales sólo se podían extraer unos pocos gramos de plutonio (y meses después).
Uno de los puntos más reseñables del documental es el accidente del incendio de Windscale. Este accidente nuclear, ocurrido el 10 de octubre de 1957, es el peor en la historia del Reino Unido, con una magnitud de nivel 5 en la INES. Un cambio de diseño en el reactor y una inapreciada subida de temperatura debido a la mala colocación de termopares hizo que un nuevo ciclo en la Pila 1 diera problemas. Tras colocar las barras de control y reiniciar el calentamiento, el reactor se comportaba de manera extraña y la temperatura empezó a subir en vez de bajar. Para enfriarlo se metió aire, lo que avivó el incendio y los detectores de radiación de la chimenea dieron la alarma, declarando la emergencia. Pero los operadores no fueron conscientes del incendio hasta que abrieron la escotilla de inspección y vieron cuatro canales de combustible brillando al rojo. Se midieron temperaturas de 1300 ºC y se empezó a usar agua para refrigerar y apagar la ventilación (un gran riesgo). Finalmente se consiguió controlar el incendio, pero el reactor era irrecuperable.
Hubo fuga de material radiactivo, y se estima que se liberaron 740 TBq de I-131, 22 TBq de Cs-137, y 12000 TBq de Xe-133. Nadie fue evacuado, y la única medida preventiva fue destruir la leche de 500 km² a la redonda. Si algo evitó un desastre mayor fue una chorrada: la chorrada de Cockcroft.
Cuando se estaba construyendo el reactor, al brillante físico John D. Cockcroft, premio Nobel (1951) y coinventor del sistema de alto voltaje usado en muchos aceleradores de partículas actuales, se le atravesó una idea: ¿qué pasaría si el aire para enfriar el reactor se contamina? Nadie en su equipo creía que esto pudiera pasar realmente y la percepción del riesgo nuclear era más bien pobre. Era, además, un cambio de última hora en el diseño. Había mucha prisa por acabar la obra y suponía una modificación cara y complicada. Lo llamaron la chorrada de Cockcroft y nadie quería hacerlo, pero él exigió que se pusieran filtros en lo alto de la chimenea de 110 m de altura y 5000 toneladas de hormigón. Tal y como sucedieron los hechos, sin esos filtros para atrapar las sustancias radiactivas las consecuencias para la población podrían haber sido catastróficas.
Pero lo bueno del documental es que no se conforma con esta importante lección y sigue repasando las instalaciones de la actual y controvertida Sellafield, que es el almacén de residuos radiactivos más grande del país. El presentador se mete hasta la cocina de la ambiciosa planta de reutilización de uranio (ThORP), de la planta de vitrificación de residuos y, lo que me ha parecido más curioso tras la reciente muerte de reactor en la península, la cámara de descuartización de los reactores nucleares.
El documental, a parte de todas estas virtudes, me ha parecido bastante didáctico. Juega bien con los intermedios para aclarar conceptos clave y situar el contexto histórico. Destacaría la versión actualizada del experimento de fisión de Otto Hahn y Fritz Strassmann, usando un acelerador de partículas en una pieza de uranio y detectando el pico de bario. Se recrea también uno de mis videos preferidos sobre fisión: el de las pelotas de ping pong y las trampas de ratones. También representativo es el experimento con radiación gamma sobre una planta en un «horno nuclear», el de la vida media de los isótopos radiactivos, o el (más común) ejemplo de blindaje.
Así que no os entretengo más: disfrudad de él en HD porque, como la chorrada de Cockcroft, merece mucho la pena.
@DayInLab
[…] elegido por Cockcroft y Walton es tan bueno que ha perdurado hasta nuestros días (recordad que Cockcroft nunca hacía chorradas), y sigue utilizándose en aceleradores modernos. El motivo es que permite conseguir voltajes […]
[…] I-131 tiene una semivida de unos 8 días. Es un indicador atmosférico muy importante en casos de accidentes nucleares como el de Chernóbil o Fukushima porque es uno de los principales productos de la fisión de U y […]
[…] elegido por Cockcroft y Walton es tan bueno que ha perdurado hasta nuestros días (recordad que Cockcroft nunca hacía chorradas), y sigue utilizándose en aceleradores modernos. El motivo es que permite conseguir voltajes […]
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