¿Y si los científicos dijéramos toda la verdad?
El otro día, mientras estaba en un congreso de ciencia de materiales, me vino a la cabeza Phoebe y el capítulo de la mujer que cuenta las verdades: «En el prado la vaca hace muuuu…»
¿Qué pasaría si en vez de dar las charlas a la manera tradicional contáramos de verdad lo que pasó en nuestro descubrimiento? ¿Qué pasaría si no nos asustara contar las razones por las que hacemos las cosas, o lo que nos costó que saliera ese punto rebelde de la gráfica? Los científicos tendemos a contar nuestro trabajo como algo cerrado, con un objetivo inicial claro, un experimento bien diseñado para responder a él, y unos resultados que nos conducen a conclusiones sencillas. No voy a decir que mintamos, pero creo que a menudo vendemos una ilusión.
En muchas charlas de las conferencias científicas pecamos de sesgo de confirmación: tendemos a comportamos como si nuestras expectativas se hubieran hecho realidad en nuestros experimentos, como si hubiera sido un paso inmediato, casi lógico. ¿Cuántas veces tenemos que repetir las muestras para estar seguros? ¿Cuántas veces hay que replantear la pregunta inicial? ¿Cuántos procedimientos condicionan nuestros resultados? Solemos actuar como si la ciencia fuera un proceso lineal y sencillo, cuando en realidad la ciencia es un proceso iterativo y complejo
Debemos tener especial cuidado con esta forma de contar las cosas, porque de tanto acostumbrarnos a ella podemos caer en errores muy graves. El mejor ejemplo que tenemos de eso es el de la capa de ozono. En 1982 el equipo de científicos del Reino Unido encargados de las medidas de ozono en la Antártida detectó una caída drástica en los niveles de cerca del 40%. Al principio pensaron que era un problema instrumental, entre otras cosas porque las medidas de la NASA no indicaban ninguna anomalía. Ordenaron un nuevo equipo experimental y volvieron a medir al año siguiente: seguía habiendo una bajada. Revisaron las evidencias que tenían y descubrieron que esa tendencia ya aparecía desde 1977. Midieron en otros lugares y sus datos se corroboraban, así que decidieron publicarlo.
¿Cómo pudo la NASA, con satélites que recogían datos 24 horas al día, pasar por alto esa caída? Resultó que dada la enorme cantidad de datos que la NASA tenía era imposible procesarlos rápidamente. Para reducir el tiempo asumieron que los valores por debajo y por encima de determinados umbrales eran fallos de medida. Cuando reanalizaron los datos sin esa restricción (sesgada) descubrieron que no sólo había caído el nivel de ozono, sino que había ¡un agujero gigante en el polo sur!
La moraleja de esta historia es que los datos son importantes, pero la forma de mirarlos lo es todavía más. Los dos equipos supusieron que valores extremos eran fallos instrumentales, pero mientras que el equipo de la NASA los descartó automáticamente, el equipo del Reino Unido se replanteó su procedimiento. Lo cual deja en el aire una pregunta que me estremece: ¿qué habría pasado si hubiéramos tenido que esperar una década más para darnos cuenta?
En fin, creo que la próxima vez que vaya a dar una charla intentaré ser más sincero. Definitivamente deberíamos practicar más lo de contar las historias como suceden en realidad en el laboratorio, y no como queremos que sucedan. Ah, ¡pero claro!: si por eso hice este blog…
@DayInLab
Hacer una crítica dura a los estudiantes que «embellecen» los datos los laboratorios. «No se ha descubierto nada falseando datos»
Muy gráfico el ejemplo con la capa de ozono, dado que aparecieron nuevos estudios sobre los niveles temporales de ozono en la misma! Ay… si contáramos… Saludos!