Profesionales del fracaso

Profesionales del fracaso

El otro día estaba viendo Friends y me topé con un capítulo que me recordó por qué es la mejor serie de comedia de la historia (con permiso de Seinfield). En el capítulo salía David, el exnovio de Phoebe, que es científico  en Minsk pero que vuelve de repente a Nueva York. El motivo es que tiene que explicar a la gente que le concedió su beca por qué es algo positivo haberse gastado todo el dinero y no haber logrado nada. Eso me pareció una explicación tan fabulosa de lo que somos los científicos que he decidido que se merece una entrada.

Veréis, creo que la sociedad tiene una imagen muy distorsionada de lo que hacemos los científicos, incluso cuando es para bien. Por ejemplo, ahora hay una percepción positiva (y merecida) del descomunal trabajo que ha supuesto sacar una vacuna para la covid-19 en menos de un año. Aunque dudo que la gente pueda comprender exactamente hasta qué escala llega ese esfuerzo, me parece que la gente sí es capaz de entender el valor de ese éxito. Lo que no tengo tan claro es que entiendan el valor del fracaso.

Y es que nuestro trabajo como científicos consiste básicamente en eso: somos profesionales del fracaso. No lo digo figuradamente: lo digo literalmente. Nuestra misión es probar ideas, explorar rincones desconocidos, buscar límites. Nuestro frente de batalla podría compararse a Stalingrado, sólo que nosotros apilamos cadáveres de experimentos en vez de soldados. Esos cadáveres sirven para abonar nuestros campos. Quemamos despojos de ideas felices, gráficos sin ajustes matemáticos, simulaciones perfectas que no cuadran con la realidad, muestras que no se reproducen en el laboratorio, equipos que no permiten medir lo que queremos, espectros con estadísticas pobres… Nos sirve de todo, la verdad.

Tarjetas de consolación para científicos. (Fuente: Tom Gauld)

En el mundo se publican unos 3 millones de artículos científicos al año, pero ciertamente hablamos muy poco de los cajones vacíos donde vamos guardando los artículos que nunca escribiremos. Si lo hiciéramos la cifra sería, a buen seguro, diez (¿quizá cien?) veces mayor. La ciencia que desechamos es mucho mayor que la ciencia que publicamos. En esa ciencia fracasada «gastamos» una enorme cantidad de ilusión, tiempo y dinero, muchísimo más que en la ciencia existosa. Y no existe otra opción; no hay recetas mágicas para esto, porque la única forma de avanzar es equivocarse.

Uno de mis espectros de rayos gamma rescatado de los datos de mi primer día de tesis, que jamás se publicaron.

Me viene a la memoria mi primer experimento de tesis haciendo una reacción nuclear con protones. Queríamos detectar el contenido de aluminio en muestras semiconductoras. Medimos muchas muestras y sacamos una buena batería de espectros. Fue un día entero de acelerador, seguido por varias semanas analizando los datos. No funcionó. Aunque podíamos ver los picos de aluminio en el espectro no pudimos determinar con precisión el contenido. Aquellos espectros cayeron para siempre en el olvido. Jamás se publicaron… pero una cosa es cierta: aprendimos cómo no hacer el experimento.

Viñeta de Robert Oppenheimer en el cómic «Trinity»

Como David en Friends, uno comprende después de un tiempo que un verdadero proyecto científico es un éxito incluso si fracasa. Se podría decir que en la ciencia tenemos nuestro propio ave Fénix que surge, indefectiblemente, de las cenizas de experimentos fallidos.

@DayInLab