Mi pizarra de post-doc
Hace mucho tiempo que llevo prometiendo esta entrada, pero experimentos, congresos, y la gran final de Famelab no me han dejado cumplir mi promesa hasta ahora. Y eso que la idea de hoy era sencilla: contaros un poco de la vida del científico más allá de los experimentos. De hecho, éste fue uno de los objetivos con los que nació DayInLab, porque a veces tendemos a olvidar que la ciencia está hecha por personas, y es importante recordarlo.
La ciencia no es algo abstracto, la creamos nosotros, y eso significa que tiene nuestras limitaciones, sufre nuestras envidias, padece nuestro cansancio, y hasta sigue nuestras modas… Afortunadamente también nace de nuestros momentos de locura, de nuestras bromas, de las discusiones en cenas y viajes, de las noches en vela de sincrotrón… Todo eso es ciencia, y si hay grandes historias para contar como la de Arquímedes saliendo del baño desnudo y gritando Eureka, o la de Galois escribiendo toda su teoría antes de morir en duelo por una mujer, o la de Feynman abriendo caja fuertes en Los Álamos y saltándose la seguridad del proyecto Manhattan, es porque los científicos somos seres humanos.
Esta anécdota no llenará libros de historia pero quiero contarla de todas formas en homenaje a todos mis compañeros de ciencia (y en especial a mis compañeros de post-doc). Lo primero que debéis saber es que el post-doc es eso que hacemos los científicos después de acabar la tesis, y que por lo general nos lleva a estar exiliados unos cuantos años.
La idea inicial es aprender de otros laboratorios nuevos métodos, establecer colaboraciones, conocer otros campos científicos… Con mucha suerte, después de todo eso puedes regresar a tu país con los conocimientos adquiridos para hacer tu investigación propia aquí. Digo con suerte porque conozco algunas personas (que yo denomino superpostdocs) que no sólo han hecho una estancia, sino cuatro o más antes de conseguir una plaza estable.
Sea como sea, yo me fui a Lisboa de post-doc porque, además de ser una ciudad bonita =), cuenta con un centro de física nuclear muy completo, con tres aceleradores de iones, un acelerador de electrones, fuentes radiactivas industriales y el único reactor nuclear de investigación de la península ibérica. Vamos, que tenía todos los juguetes que un físico podía desear, además de incluir un fabuloso bronceado Cherenkov de vez en cuando…
Era, por otro lado, un instituto con bastante solera porque se creó en la década de los 60 gracias al programa Atoms for Peace de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. De hecho, durante mi estancia allí pude asistir al 50º aniversario del reactor, y uno de los recuerdos que atesoro en casa es esta pieza de grafito de las barras de combustible original. Os aseguro que si tenéis amigos físicos, regalarles grafito de un reactor nuclear es de lo más top. Hay pocas cosas que puedan superar eso, creédme.
Entre las reformas que siguieron al 50º aniversario una de las cosas que hicimos fue limpieza. Un laboratorio con tantos equipos y con tantos años acaba por llenarse de chatarra (muy cara, eso sí), así que se decidió organizar el laboratorio y tirar todo lo que no fuera útil. En medio de esa campaña, descubrí una pizarra abandonada en lo que se suponía que iba a ser basura. Yo para entonces tenía un despacho bastante vacío, y uno de mis sueños de post-doc era tener una pizarra propia (a veces es mejor soñar cosas modestas porque se hacen realidad antes). ¡Y estaba justo allí, a punto de ser arrojada al abismo…! =O
Tardé poco en desubrir que nadie estaba interesado en ella, así que pedí permiso y la rescaté de su triste destino. Ésa fue la parte fácil porque me costó mucho más que me dejaran hacer los agujeros en la pared, y todavía más conseguir tiza blanca, pero al final lo logré. Mi reluciente pizarra estaba lista para recibir hermosas ecuaciones de Física. Recuerdo que pasé un rato pensando con qué ecuación inaugurarla (aunque a estas alturas ya sabéis cuál es mi ecuación preferida), pero el caso es que no me lancé a escribir nada.
Como todo el mundo conocía ya mi gran adquisición (si hay algo que va más rápido que la luz son los rumores por los pasillos del laboratorio), mi pizarra no sobrevivió mucho tiempo en blanco y mi compañera Catarina se propuso realizar una obra de arte para solucionar mi indecisión. Así que no tuve que preocuparme más por qué ecuación escribir primero: lo primero que tuvo mi pizarra fue una araña colgando de la esquina. Con el tiempo acabé teniendo un par de estudiantes en mi despacho y llegué a usarla a menudo para explicar conceptos, por lo que fue realmente práctica después de todo.
Sin embargo, al año siguiente supe que regresaría a casa y dejaría el laboratorio, y me encontré con un gran problema: ¡me iba a quedar sin pizarra otra vez! Y sí, mi coche era demasiado pequeño para llevármela…
Afortunadamente el día anterior a mi despedida se me ocurrió una idea para que pudiera viajar hasta mi nuevo despacho. Hablé con toda la gente que había estado conmigo esos tres años compartiendo risas, experimentos, fiestas, artículos, cenas, trabajo, ilusiones, reuniones, noches… vida al fin y al cabo, y les pedí que subieran a mi despacho a firmar la pizarra. Al acabar el día le tiré una foto para llevarme todos los buenos deseos y recuerdos.
Y así fue como aprendí, después de todo, que a veces lo más bonito que se puede escribir en una pizarra no son ecuaciones. Aprendí que la ciencia no sólo es humana: la ciencia son personas.
@DayInLab
P.D.: Meses después de irme volví al Lisboa para una reunión y pasé por mi despacho. La pizarra seguía intacta: nadie se había atrevido a borrar la dedicatoria. Y la araña de Catarina seguía reinando en su pequeña esquina, como recordatorio del primer día de mi sueño cumplido.
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